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PENSANDO EN AYLAN Y LOS REFUGIADOS

  • Edgar Isch
  • 10 sept 2015
  • 4 Min. de lectura

Hay ocasiones en las cuales uno se cuestiona cual es la utilidad de escribir sobre ciertos temas. Ahora mismo, seguro sucede eso a muchos, y a mí también, al mirar la foto de un niño pequeño ahogado, tirado en una playa europea sin importar siquiera cual sea el país. ¿Escribir es algo más que una catarsis personal, un grito de “ya basta” sin que el eco sea suficiente? Al menos hay una excusa: tal vez se logre sembrar unas ideas, dar una explicación más allá del llanto, rescatar la humana rebeldía del fango de las novedades mediáticas de cada día, convocar al sentir común, al accionar común, a lo común por encima del egoísmo individualista.




El niño tenía nombre y apellido. Aylan Kurdi. Nació en Siria hace apenas tres años. Su hermano Gallip, de cinco años y su madre Rehan también murieron junto a otros seres humanos que buscaban refugio. Sobrevivió su padre, Abdullah, cuyo dolor no puede ser imaginado. Dicen los comunicadores que es importante mencionar su nombre porque así se reconoce su humanidad y luchar contra la simple intención de ponerlos en una estadística.


Sin embargo, desconocer los nombres es lo habitual. Centenares de miles de niños y niñas murieron en Irak incluso antes de la invasión imperialista como resultado del bloqueo impuesto a su pueblo; niños palestinos son aplastados bajo las botas del fascismo-sionista que gobierna Israel; más niños y, especialmente niñas, son secuestrados y esclavizados por fanáticos que se esconden tras una interpretación del Corán para imponer regímenes totalitarios; miles y miles trabajan en condiciones infames en maquilas para las grandes transnacionales de la ropa; ONU incluso pone número de los niños y niñas en condiciones de esclavitud (si saben cuántos son, deben saber dónde están, pero es evidente que no hacen nada significativo para cambiar su situación).


Todos, seres humanos con derechos que se esfuman, que sirven para discursos pero que se violan en lo cotidiano. Pero hay gobernantes que creen que los derechos son su dádiva, como aquel cuyo nombre preferible no mencionarlo ahora, que dice que se “arrepiente” de haber incluido el derecho a la resistencia en la Constitución de un pequeño país en el que su gran pueblo ha conquistado duramente cada derecho.


Todos ellos, también con sueños de vivir y de ser felices. Otro niño sirio, Kinan Masalmeh de 13 años, en un video nos dice: “Sólo paren la guerra en Siria, que nosotros no queremos ir a Europa”. Con enorme sencillez, señaló a los culpables de la muerte de Aylan, a los culpables de tanto refugiado: son los señores de la guerra injusta contra pueblos enteros; son los que en busca de control sobre riquezas petroleras realizaron las guerras-invasión a Irak, Afganistán, Libia; los mismos que armaron en una cínica “conferencia de amigos de Siria”, junto a Estados Unidos y gobiernos europeos, un “gobierno en el exterior” con un Ejército “libre”; los que se enfrentaron poniendo la carne de cañón de los pueblos de la antigua Yugoslavia, que siguen viendo crímenes atroces de “limpieza étnica”.


Y eso culpables, tienen nombres genéricos: burguesía capitalista e imperialismo, pero también nombres propios: Bush y Obama; Merkel; Cameron y tantos más. Sus nombres no pueden ser ocultados. Tampoco a los nuevos nazis que crecen en algunos países europeos o los que pretenden aprovechar a los migrantes para afectar los derechos de todos los trabajadores.

Estamos, sin exageración alguna, frente a manifestaciones de la barbarie humana. Ese es uno de los caminos que puede tomar la crisis del sistema si los pueblos no tienen la fuerza y la organización para cambiar tal rumbo. Y hay razones de esperanza. Hay miles que salen en diversas ciudades europeas a expresarse a favor de la vida y la dignidad de los refugiados; en España, siete alcaldes electos en lista de unidad han planteado la necesidad de establecer ciudades refugio; en Islandia hay once mil familias que se enlistan para abrir sus hogares a los refugiados y ayudarles a encontrar empleo (su gobierno había ofrecido recibir a 50 personas); en Alemania hay quienes salen a los lugares de contención de refugiados a compartir comida, mantas, juguetes…


“Socialismo o barbarie” lo repitió en alta voz Rosa Luxemburg. La barbarie parece hoy más cercana en hechos como los reseñados o en la situación de tantos y tantos trabajadores pobres alrededor del mundo, de tantas y tantas mujeres violentadas, de tantos y tantos indígenas que pierden sus selvas para que otros se enriquezcan, en tantos y tantos seres humanos sin vivir en condiciones mínimamente humanas. Pero, al mismo tiempo, las semillas de un mundo más humano se están manifestando y hay quienes luchan por ellas todos los días. Cada uno tendremos que decir si vemos al mundo caer en la barbarie sin actuar para impedirlo o si imponemos los derechos humanos y los conquistamos en los hechos, en la convivencia solidaria de cada día. Que no haya más muertes como las de Aylán, que los responsables sean señalados, que no dejemos que se trate estos acontecimientos como el escándalo de un solo día. Al menos para demandar humanidad debe servir la escritura de un texto basado en hechos que nunca debieron haber acontecido.

Foto: Yannis Behrakis, Reuters


 
 
 

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