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El paro del pueblo y la versión postmoderna de Narciso

  • Foto del escritor: Unidad Popular Ecuador
    Unidad Popular Ecuador
  • 25 ago 2015
  • 4 Min. de lectura

Los proyectos de leyes de herencia y plusvalía enviadas por el correísmo a la mayoría obsecuente en la Asamblea Nacional constituyó un demagógico globo de ensayo que pretendía, desde el oficialismo, recuperar el apoyo y credibilidad en amplios sectores populares desencantados con la derechización consumada en Carondelet.


La iniciativa del rechazo a esos proyectos de leyes fue asumida por una desarticulada oposición burguesa que a través de sus caudillos pretendieron capitalizar el descontento popular con el régimen, desplazando a la oposición popular y de izquierda que desde junio del año anterior desafió la omnipotencia de Correa. Entonces, el poder intentaba presentar una suerte dicotómica de un gobierno discursivamente de izquierda, aunque es una derecha modernizadora del capital y decididamente colaboradora del imperialismo; y, una oposición neoliberal también burguesa.


Sin embargo, con el anuncio del Paro del Pueblo[1] la iniciativa política volvió a la oposición popular y de izquierda que tiene trascendencia unitaria, capacidad de movilización, una plataforma de lucha común e independencia con respecto a las facciones de derecha (gubernamentales-partidocráticas) en disputa.


El Paro del Pueblo se constituye en el hecho de mayor trascendencia que enfrenta en sus casi nueve años el presidente Correa. Es el resultado de la sumatoria de descontento con las políticas de su gobierno que está arrinconado en medio de una crisis fiscal y de acelerado endeudamiento externo; hechos que suman por un lado la mayor concentración de capitales en manos de los grandes ricos del país y las transnacionales, mientras que por otro afecta derechos sociales y económicos de nuestra juventud, trabajadores y pueblos.


La unidad obrero, indígena y popular es la responsable del Paro, demuestra que tiene la capacidad para combinar las más diversas formas de lucha en buena parte del país; al punto que una semana después del 13 de agosto, se anuncia la continuación y profundización de las medidas de hecho. Ello demuestra también una recomposición orgánica y protagónica de la Confederación Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), por sobre la cooptación burocrática institucionalizante de dirigentes y bases que pretende el régimen.


Los intentos de deslegitimación gubernamental no tienen mayor efecto. La agresiva propaganda, a través de los grandes medios de comunicación, que ensaya afectar la simpatía social al Paro del Pueblo fue derrotada en el terreno de las redes sociales y por la solidaridad popular que se manifiesta con los movilizados. La desvalorización de las razones del paro y la minimización de su fuerza, la concentración de menos de adeptos al régimen en pocas ciudades, los intentos de demostrar la alianza de las oposiciones tras la teoría del golpe blando; etc., denotan una extraviada estrategia desde el régimen que se niega a reconocer su derrota.




El Paro del Pueblo confirma además, la ruptura con la hegemonía ideológica y política del correísmo en la sociedad ecuatoriana que es reemplazada por la coerción como principal herramienta oficial. La arrogancia, que no admite contradictor a su altura, ahora usa la violencia estatal para intentar volver a la forzada gobernabilidad y paz social de la autarquía presidencial (poder de uno). La sumatoria de los presos que fuimos detenidos exceden el centenar, las contusiones en los cuerpos de los manifestantes se multiplican, son más de 60 las personas con orden de prisión preventiva, la siembra de agentes policiales infiltrados en las movilizaciones, la mofa proveniente de adeptos al gobierno con respecto a los dirigentes indígenas agredidos y vilipendiados que rayan en la xenofobia y el racismo, la militarización de territorios comunitarios; son expresiones gravísimas de violación a los derechos humanos.


Estas prácticas coactivas, perfeccionadas con la asesoría de los carabineros chilenos preñados de la herencia del pinochetismo, se complementan con el forzamiento de un Estado de Excepción en todo el país decretado por el presidente Correa, el 15 de agosto, a propósito de la actividad volcánica del Cotopaxi; que en sus reales pretensiones busca, con el ejercicio de la fuerza, reducir al temeroso silencio o a las cárceles a la juventud, los trabajadores y los pueblos.


El intento maniqueísta de las derechas (gubernamental y de oposición burguesa: Lasso, Nebot, Rodas, Noboa, Rodas, Gutiérrez) en su pretensión de polarizar la opinión política e invisibilizar a la oposición popular y de izquierda fue descalabrada. En lo fundamental se fortalecen los liderazgos de los dirigentes de las organizaciones sociales e indígenas; así como la autoridad unitaria del Colectivo de Coordinación Nacional.


No se equivoca Correa al tratar de homologar la situación de su gobierno con la de los llamados progresistas de sus pares latinoamericanos. Todos ellos apostaron los recursos de la bonanza económica, proveniente de los elevados precios a los que se vendieron nuestras materias primas, a la modernización del capitalismo y a su remozado viejo modelo de acumulación; hecho que no beneficia a las masas trabajadoras, que con el advenimiento de la crisis fiscal y de desaceleración en el crecimiento de nuestras economías son las clases sobre las cuales se deposita los efectos de la crisis. Por ello existe una consecuencia lógica en las movilizaciones populares que enfrentan los gobiernos progresistas latinoamericanos, aunque son impugnables sus políticas que criminalizan y proscriben la libertad de protesta de los pueblos.


De allí que asistimos a un cuestionamiento generalizado al régimen disciplinario de la sociedad, al discurso agotado y cada vez con menos suscriptores que apoyan la tesis tácita de vigilar y castigar del gobierno; de ese ideario deviene una crisis de autoridad del correísmo.


Finalmente parece inminente la mimetización del régimen a la mitología griega; que cuenta de Narciso, un ser misógino y engreído, que fue castigado por la diosa de la venganza (Némesis) con el enamoramiento de su propia imagen reflejada en el espejo que forman las aguas, al punto que su lujuriosa autocomplacencia lo llevó a su ahogamiento.


Por ello es aconsejable, señor presidente, que aplaque sus pasiones de vanidad y omnipotencia, que renuncie a sus pretensiones de reelección indefinida camufladas en el proyecto de reformas a la Constitución, que libere a los presos políticos criminalizados en su gobierno, que acoja las reivindicaciones planteadas por los sectores populares porque puede ser que su destino metafórico sea el de Narciso.



[1] El Paro del Pueblo fue preparado por las organizaciones sociales, populares e indígenas a través de una serie de movilizaciones y plantones, seguidamente partió la Caminata de la vida y la dignidad desde Tundayme, Zamora Chinchipe el día 2 de agosto y, a las postrimerías del Paro, el Levantamiento Indígena fortaleció la acción popular.

 
 
 

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